Mary Beard o por qué los estudios clásicos son MUY necesarios, por Óscar González

21 octubre, 2016

Para el común de los mortales, Winifred Mary Beard (n. 1955) es esa simpática e informal señora británica que pasea en bici y viaja por el mundo para “trasladarnos” a la antigua Roma en los documentales que ha realizado para la BBC. Para los que nos dedicamos a los estudios clásicos, Beard es, sobre todo, una sólida profesora de estudios clásicos –lo que en el mundo anglosajón llaman “Classics” y que en nuestro ámbito hispánico no tiene un equivalente exacto: ¿historia antigua? ¿Arqueología? ¿Filología clásica? ¿Un poco de todo?– en la Universidad de Cambridge (véase su página académica) y autora de algunas monografías esenciales sobre el mundo clásico, romano en particular. También es la editora de la sección de estudios clásicos en el Times Litterary Supplement: es quien decide qué reseñas de qué libros se publican y quién las escribe. Y para unos y otros, es la autora de un divertido y muy sugerente blog, A Don’s Life (en el TLS), en el, que además de historias sobre el mundo clásico, suele hacer interesantes reflexiones sobre lo que sabemos de aquella época y cómo se refleja en aspectos muy diversos de los tiempos actuales. Y hoy (21 de octubre) recibe en Oviedo el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2016. Un premio más que merecido, del que nos alegramos los lectores y seguidores de su labor historiográfica (y documentalista). Si se me permite, por fin los estudios sobre la Roma clásica reciben un reconocimiento con un premio de estas características; ya era hora que “una de los nuestros” consiguiera un premio que haga justicia y visibilice (si es que a estas alturas hace falta) todo lo que ha aportado a los estudios clásicos y a las Humanidades en general. Y es que “algo pasa con Mary”…

La obra de Beard se circunscribe, sobre todo,  a un ámbito romano al que ha dedicado décadas de estudio y varios libros. En muchos sentidos, su último libro, SPQR. Una historia de la antigua Roma (Crítica, 2016) puede ser considerado como la culminación de todos esos años de estudio, una obra de conjunto sobre el mundo romano entre su fundación (en la tradicional fecha del 753 a.C) y la promulgación de la Constitutio Antoniniana por parte del emperador Caracalla (212 d.C.) y que extendió la ciudadanía plena romana a todos los habitantes libres del imperio. Casi mil años de historia –teniendo en cuenta la fina línea que separa la leyenda de la “historia” en los primeros tres o cuatro siglos de la civilización romana– rigurosa, hábil y muy amenamente condensados en un libro que trasciende la etiqueta “para todos los públicos”: es un libro en el que especialistas y lectores interesados en la materia pueden aprender mucho. Y se trata de un libro, además, que muestra una historia “diferente” de Roma, o al menos no circunscrita únicamente a sus victorias (y también desastres) militares, la forja de un imperio alrededor del mar Mediterráneo (tanto un mar internum como nostrum y, a la vez, la autopista del mundo antiguo), los emperadores “locos” o los diversos aspectos de la vida cotidiana y las muchas cosas que “Roma ha hecho por nosotros”.

Para Beard, la historia de Roma aún importa. Su relato presenta una Roma en la que la ciudadanía era un bien muy preciado pero no exclusivista; una Roma que fue fundada, en las brumas de la leyenda, por extranjeros, marginados y delincuentes, por lo que para ellos la idea de “inmigrantes ilegales” resultaría una noción difícil de entender. Una Roma que paulatinamente construyó un imperio con los recursos de las provincias conquistadas y sobre la espalda de esclavos y pueblos sometidos; una Roma que integró a personas y territorios desde prácticamente el principio de su historia, siendo la “romanización” un proceso por el cual extendió una manera de hacer las cosas, de gobernarse y de ser “civilizado”: por todo el Imperio (especialmente en la parte occidental) surgieron “pequeñas” Romas con sus foros, templos, teatros y anfiteatros, con magistrados e instituciones que funcionaron a imagen y semejanza de las de la capital, y con el preciado bien de la ciudadanía (Civis Romanus sum, diría Pablo de Tarso cuando fue arrestado), garante de privilegios y derechos que el resto de los habitantes del Imperio no podía disfrutar. Roma, a su manera, creó el mundo globalizado. Y se trata de una Roma, que no se circunscribe únicamente a la imagen preconcebida de senadores en toga y generales a la cabeza de legiones en la conquista de una nueva provincia; como resumió en la presentación de la edición estadounidense en noviembre de 2015, este libro «es un intento de rescatar a otro maltratado o ignorado grupo de personas en la historia romana: hago desfilar a la gente ordinaria junto a los senadores y procuro recordar que la historia de Roma no trata sólo sobre la élite». Con todo, también nos advierte de una excesiva idealización de los romanos.

SPQR es, también, la consecución de la labor divulgadora (que no “divulgarizadora”) de Mary Beard, plasmada en una serie de documentales a lo largo de la última década. Los británicos hace tiempo que se han acostumbrado a que un pizpireta señora vestida de manera informal les haga “viajar” desde sus televisores a la antigua Roma, a conocer a esos romanos (cómo eran y cómo vivían), a visitar la ciudad de Pompeya asolada por la erupción del Vesubio (aunque solamente se haya excavado una séptima parte de su superficie, es una ciudad que sigue revelándonos muchas cosas); a ver a emperadores como Calígula con más matices o con otra luz, y a tratar de desentrañar las claves del imperio sin límites que construyó Roma: cómo surgió, cómo se mantuvo, qué significaba ser “romano” y cómo finalmente “cayó”. Unos documentales que, gracias a la concesión del Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales, llegan a la televisión española (Movistar + ha asumido el reto) y nos muestran esa cara divertida y amena de la profesora británica.

Y es que, antes de esos documentales y de SPQR, Mary Beard solamente era conocida por nuestros lares por los especialistas universitarios y por algunos (no demasiados) lectores interesados en el mundo romano. De hecho, ese libro constituye la cara B de la autora, la de la (altísima) divulgación, y en la que también podemos incluir Pompeya. Historia y leyenda de una ciudad romana (Crítica, 2009). Pero la cara A pertenece a obras más complejas, de investigación; obras como El triunfo romano (Crítica, 2008), primero de sus libros traducidos al castellano y que es un espléndido estudio de una ceremonia tan importante en el mundo romano como era el triunfo. En cierto modo, Roma “inventó” el desfile triunfal, una conmemoración pública de sus victorias en el campo de batalla; otros pueblos del mundo antiguo exhibieron sus victorias militares, pero los romanos convirtieron el triumphus en una institución en sí misma, un recordatorio de la relación intrínseca entre religión y conmemoración, un símbolo de la grandeza a la que unos pocos podían aspirar y un regalo para los habitantes de Roma, que podían disfrutar de las riquezas adquiridas sobre los pueblos conquistados, incluidos los líderes de estos. Había unos requisitos para aspirar a un triunfo: ser aclamado como imperator (de donde deriva la palabra “emperador”) por los propios soldados romanos, ostentar un mando con imperium y con rango consular o pretoriano, y haber matado a un número mínimo de enemigos extranjeros (cifra que sería escrupulosamente comprobada); nunca un triunfo sobre romanos, sino sobre otros pueblos. Cumplidos los requisitos, llegaba el protocolo a seguir en cuanto al desfile de soldados, prisioneros y botín por las calles de Roma (sobre un trazado muy concreto), la posición del triumphator en el mismo desfile y las ceremonias de acción de gracias a los dioses que culminarían en el Capitolio. Pero el triunfo no era simplemente una ceremonia, sino una ambición que podía llevar a provocar e iniciar guerras, un objetivo a alcanzar por todo romano de la élite en un mundo político y militar muy pequeño y muy disputado (a fin de cuentas sólo dos hombres podían ser cónsules cada año durante el período republicano) y un ritual que, una vez se inició la etapa del Principado, se restringió solamente a los miembros de la familia imperial. Beard escudriña los orígenes y la evolución del triunfo, y recorre la historia romana en función de este ceremonial, mezclando política, religión y arte en un volumen que se ha convertido en una obra de referencia sobre la materia.

Otro libro que muestra a Mary Beard en su faceta de especialista en el mundo clásico, romano en particular, es La herencia viva de los clásicos. Tradiciones, aventuras e innovaciones(Crítica, 2013); un libro en cierto modo también en el mercado hispano, pues recoge reseñas y artículos que la autora ha escrito en los últimos veinte años para medios como la London Review of Books, el New York Review of Books o el suplemento literario del Times. Para Beard, como concluye en el epílogo del libro, las reseñas «son una parte crucial del continuo debate que hace que merezca la pena escribir y publicar un libro, y son el modo de iniciar una conversación que resulte interesante a una audiencia mucho más amplia. Para mí, parte de la diversión de escribir reseñas en las revistas literarias ha sido reflexionar sobre algunas de las contribuciones más especializadas a mi tema, intentar captar el núcleo del argumento y luego mostrar por qué es importante, interesante o controvertido, más allá de las paredes de la biblioteca y de la sala de lectura».

La reseña como espacio de debate, pues, constituye un elemento muy útil en el que (de)mostrar cómo los estudios diversos sobre el mundo antiguo en general, romano en particular, han avanzado, cómo se han abierto nuevas líneas «»de investigación, cómo se matizan y revisan ideas comúnmente aceptadas, y cómo la (H)istoria es una disciplina en la que no hay nada «definitivo». Especialmente interesante es la introducción al volumen, una conferencia titulada “¿Tienen futuro las clásicas?”, pronunciada en la Biblioteca Pública de Nueva York en diciembre de 2011 y que se publicó en enero del año siguiente en el New York Review of Books y que en cierto modo constituye el «manifiesto ideológico» de Mary Beard. La «excusa» argumental es la idea perenne de que los estudios clásicos «no tienen futuro», algo que se ha repetido en los últimos doscientos años y que se vincula a un declive de dichos estudios, cada vez con menos estudiantes; una idea que, no obstante, es una contradicción en sí misma a tenor del interés que el mundo antiguo, el romano en particular, sigue concitando en el público en general y en la cultura popular, con cada vez más cine, series de televisión y el boom de un género tan vivo (aunque, podríamos añadir, que murió de éxito) como la novela histórica. Beard también reflexiona en este texto sobre la «tradición clásica» o qué son propiamente los «clásicos»; es más, «¿hasta qué punto puede el mundo antiguo ayudarnos a entender el nuestro? ¿Qué límites deberíamos establecer en nuestra reinterpretación o reapropiación de toda esa tradición? […] Por decirlo de otro modo, ¿cómo conseguimos que el mundo antiguo tenga algún sentido para nosotros? ¿Cómo lo traducimos?».

En este texto y de manera que abre una puerta a la reflexión y el debate (tareas que un estudiante en humanidades debe realizar constantemente, idea que la autora considera esencial para formar ciudadanos), Beard se muestra convencida de que, en cierto modo y como ha comentado en entrevistas de prensa, es imposible que el mundo antiguo nos dé soluciones a problemas actuales o respuestas claras a cuestiones que en su momento eran percibidas de otra manera (¿inventaron los griegos la democracia? O, mejor dicho, ¿eran conscientes de que habían inventado algo llamado «democracia», como nosotros, más de dos mil años después, solemos comprender?). El declive de los estudios clásicos, una noción que en España se lamenta en temas como la utilidad de la filosofía en los planes de estudios o el hecho de que el latín y el griego ya no sean materias obligatorias en los colegios, es percibida también por Beard, que considera que remiten a «expresiones de la pérdida, el anhelo y la nostalgia que siempre han teñido los estudios clásicos». Quizá, por ello, la relación que debamos establecer con «las clásicas» deba basarse en otros parámetros, de modo que «el estudio de las clásicas [sea] el estudio de lo que ocurre entre la Antigüedad y nosotros mismos», y que para ello sea imprescindible un «diálogo con la cultura del mundo clásico», sino también un diálogo «con aquellos que antes que nosotros dialogaron con el mundo clásico (ya sea Dante, Rafael, William Shakespeare, Edward Gibbon, Pablo Picasso, Eugene O’Neill o Terence Rattigan). Las clásicas, como los escritores del siglo II d.C. ya habían entendido, son una serie de “diálogos con los muertos”».

Estas ideas tan sugerentes remiten a y, a la vez, hacen más necesaria la reciente publicación de un libro de Beard, en colaboración con John Henderson, que se editó en inglés en 1995 y que forma parte de la ya prestigiosa colección Very Short Introductionsde Oxford University Press: El mundo clásico: una breve introducción (Alianza Editorial, 2016). Un libro de bolsillo que, desde luego, trasciende la mera etiqueta de «introducción» y supone una muy interesante «aproximación», de hecho una «reflexión», sobre la pervivencia y el legado de ese mundo clásico, griego y romano, y que toma como excusa los frisos del templo de Apolo Epicurio en Basas (en la Arcadia griega), que pueden visitarse en el British Museum de Londres. Un texto breve, apenas 180 páginas, sin apenas aparato crítico (pero con una bibliografía que, veinte años después, sigue vigente y sería actualizada con nuevas aportaciones), en el que Beard y Henderson hablan de la imagen del mundo clásico en el momento en que «aficionados» de varios países europeos viajaron a Grecia a principios del siglo XIX y «se enfrentaron» a la realidad de los restos del pasado en contraposición a la «idealización» de esa Antigüedad; y a lo largo de sus páginas se traza una relación entre el pasado y la imagen que de él tenemos en la actualidad (o la propia «mediatización» de lo griego por el prisma romano), se debate sobre cuestiones como la esclavitud en el mundo antiguo, la antropología y los mitos, la imagen de escritores, artistas y pensadores que han vuelto su mirada a ese mundo clásico (de Dante a Poussin, de Karl Marx a James Frazer). No, no es una simple «breve introducción» este librito…

Concluyamos. Hoy (21 de octubre de 2016) Mary Beard recibirá el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales. En su comunicado oficial, el pasado 25 de mayo, el jurado de este premio, valoró «la capacidad de la galardonada para integrar el legado del mundo clásico en nuestra experiencia del presente. Se destaca así la herencia de la tradición clásica y se reconoce a las Humanidades como fuente inspiradora de la reflexión social y política contemporánea. La obra de Mary Beard demuestra un extraordinario talento para convertir un saber especializado en conocimiento accesible y relevante para el gran público». No sé vosotros, pero por mi parte estoy deseando escuchar su discurso de aceptación del premio esta tarde…

Óscar González Camaño

Consultor del Grau d’Humanitats i Tutor del Grau d’Història, Geografia i Història de l’Art

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