Formas del amor romántico en una sociedad patriarcal

14 febrero, 2019

Por Isaac González Balletbò,
director del Grado de Ciencias Sociales de la UOC

El amor romántico bajo la mirada de la sociología

Si me permiten la simplificación, me atrevería a definir el amor romántico como un mecanismo de encantamiento de los vínculos sexo-afectivos que se convierte en prioritario durante la transición de dos épocas, donde el amor se gestiona bajo preceptos más materialistas: la época preindustrial y la actual. Con el amor romántico, el apareamiento deja de ser parte de un tejido de conveniencias, necesidades, obligaciones y soportes que se establecen entre unidades familiares para asegurar su supervivencia, la continuidad o, con mucha suerte, la mejora de la posición social dentro de un régimen de subordinación patriarcal de la mujer.

Ante este escenario, el apareamiento va convirtiéndose, con el paso del tiempo, en una cuestión de elección personal más orientada por el corazón que no por la cabeza. Hoy día, en cambio, el amor romántico ve amenazada su posición hegemónica, desplazada por nuevas formas de conveniencia y de interés material, donde prevalece una concepción mercantil del otro, y también de uno mismo. Los vínculos sexo-afectivos se conciben como si su establecimiento y ruptura manejara en base a criterios de oferta y de demanda, que se justifican en la medida en que las dos partes están obteniendo una ganancia (en términos de satisfacción, placer, seguridad, bienestar…). Cabe decir que esta concepción «posromántica» del vínculo amoroso puede tener codificaciones amables, asociadas, por ejemplo, en el imaginario new age que interpela a la autorrealización personal. Pero, después de todo, la retórica instrumentalista/mercantil y la new age remiten a una misma idea: la necesidad de no supeditar el interés individual a marcos de obligaciones superiores o adscripciones interpersonales que lo  trasciendan, como el que impone el amor romántico.

 

Dinámicas amor romántico sociología

 

En la práctica, sin embargo, el amor romántico, o el encantamiento amoroso, no ha desaparecido, ni mucho menos, del universo mitológico que nos ayuda a orientar nuestras vidas. La cultura popular y comercial continúa nutriéndose, reproduciendo, y también modificando, las concepciones del amor romántico. Esta realidad discursiva coexiste con una concepción amorosa más instrumentalista, ya sea contradiciéndose, ya sea complementándola.

 

Dinámicas del amor romántico en una sociedad patriarcal

Más allá de eso, quisiera aclarar que en lo que no quiero que estas líneas se interpreten como una defensa cerrada del amor romántico (algo, por otra parte, bien pertinente en un día como hoy). El amor romántico no es un mecanismo de encantamiento neutral, sino que refleja y encubre las relaciones de poder y de dominación de su momento histórico. El amor romántico es (puede ser) una forma de emancipación y de sujeción a la vez. Lo ha sido históricamente, y lo es hoy en día.

La manifestación más evidente tiene que ver con el género. En la codificación tradicional del amor romántico, a la mujer se le otorga un rol pasivo y subordinado dentro de las relaciones (siempre heterosexuales) de pareja. En resumen: el amor romántico desbanca formas tradicionales de organización patriarcal, pero encanta de nuevas, que se podría considerar más sutiles, más sofisticadas y más perversas. Los arquetipos de la princesa que espera que la rescate su príncipe azul lo escenifica a la perfección.

 

Amor romántico sociología amor dinámicas de poder

 

En este sentido, no deja de ser paradójico que el amor visto como algo «eminentemente femenino», como una disposición de idealización amorosa más arraigada en los hombres que en las mujeres. Seguramente, esta situación se explica en parte por el potencial de emancipación respecto de las formas de dominación patriarcal tradicional que, sin embargo, tiene el amor romántico. Y también se explica el hecho de que las mujeres son el sujeto histórico al que hay que encantar, prioritariamente, para sustentar la arquitectura normativa, de obligaciones y fidelidades, de la modernidad.

Pero tanto pertinente es identificar a la mujer con el romanticismo como, de forma inversa, ver en las disposición femenina las principales residencias al amor romántico o, cuando menos, a la sobrecarga amorosa romántica. En la famosa entrevista que en 1976 el periodista Joaquim Soler Serrano hizo al escritor Josep Pla, éste defendía que la mujer es el ser más extraordinario que existe… por su practicidad (es decir, por el poco romanticismo y idealismo en la forma de interpretar el mundo). Diría que la afirmación se hace en un tono sutilmente sarcástico y machista, y destaca, tras la apariencia de una alabanza, una carencia femenina. Implícitamente, Pla reconoce que son los hombres los que principalmente se sienten interpelados, y al mismo tiempo transmiten, los relatos románticos. Tienen la inconsciencia infantil que les permite crear y asumir ideaciones románticas. En la relación amorosa, esto se traduce en hacer del hombre el seductor, el encargado de encantar el vínculo sexo-afectivo, de hacer trascender su función de apareamiento reproductivo.

 

Relatos y formas de amor romántico en la cultura popular contemporánea

De forma subyacente, en la afirmación de Josep Pla se puede identificar la resistencia histórica de las mujeres en el reflejo romántico a la fascinación romántica. Hay un film actual, Una pistola en cada mano (2012), de Cesc Gay, que refleja, desde un posicionamiento positivo (y me atrevería a decir que ¡un poco idealizado!) esta serenidad de la mujer en los vínculos sexo-afectivos, esta capacidad para ponderar elementos prácticos, obligaciones y encantamiento amoroso con el distanciamiento y madurez necesaria. Ante esto, las figuras masculinas de los hilos se configuran como seres incompletos, infantiles e inconsistentes, víctimas, en parte, de un reflejo romántico insostenible (o que sólo se sostiene en la subordinación femenina).

 

dinamiques amor romantic sociologia amor societat patriarcal

 

En las obras de cultura popular contemporánea también podemos identificar formas de resistencia femenina más radicales. No se basarían en atenuar el componente romántico, sino a llevarlo al extremo. La proyección amorosa en el hombre, la construcción de un mundo de significado compartido que excluye todo lo demás y se convierte en el único motor existencial femenino. Seguramente la brutal película Profundo Carmesí (1996), de Arturo Ripstein, es donde se relata la dimensión más salvaje y psicótica de este vertido en el hombre, que anula todo lo demás. Esta disposición hiperomàntica de la mujer, de un vertido total en su pareja, se ha construido culturalmente como una patología femenina y, al mismo tiempo, como una de las pesadillas que pueblan el imaginario masculino.

Más allá de esta situación particular, diría que en esta hipertrofia romántica, es la segunda forma en que el amor romántico consigue ser reproductor del poder. Cuando el vínculo del amor romántico se desboca, todo el resto del mundo y de las relaciones pierden sentido. El mundo se reduce, porque como dice la canción de los Beatles, All you need is Love. La indiferencia respecto de todo lo que no es un vínculo amoroso se convierte así en una forma de docilidad social de gran eficacia. A lo largo de las últimas décadas, es fácil seguir relatos de vínculos amorosos horizontales (o bastante horizontales) y (bastante) igualitarias, pero donde el mundo se acaba en la pareja. El amor romántico se convierte así en el refugio de un mundo hostil donde construir un universo hermoso y autocontenido -si las propias condiciones materiales de existencia lo permiten, ¡eso sí! -. La escena final de la trilogía de ciencia ficción Los Juegos del Hambre (2015) serviría para ejemplificar esta tendencia.

 

 

sociologia del amor ciencias sociales

 

En tercer lugar, el amor romántico también es un mecanismo reproductor y naturalitzador de las desigualdades de clase, no sólo de género. El amor romántico consigue hacer pasar como elección incondicionada unas dinámicas de emparejamiento que, en la práctica, no difieren demasiado de las tradicionales en la reproducción de las desigualdades de clase, generación tras generación. El amor romántico nos libera de obligaciones que provienen de la conveniencia, pero lo cierto es que, en muy buena medida, nos enamoramos convenientemente de personas en posiciones sociales cercanas, y nos desenamoramos, también convenientemente, de aquellas de quienes somos distantes. La magnífica película La vida de Adele (2013), lo expone con verosimilitud difícil de igualar.

 

¿Es posible vivir sin el encantamiento amoroso?

Pero, a pesar de todo, me parece razonable que nos preguntamos si es posible vivir sin el encantamiento amoroso. Si lo vale. En defensa del amor romántico se podría considerar que, en la práctica, las formas de vinculación sexo-afectiva que le preceden, y también las que empiezan a consolidarse como alternativas, no parecen ser más igualitarias, ni en términos de género ni de clase social. Asimismo, hemos visto cómo es posible un encantamiento amoroso que no implique diferencias de género, ni una hipertrofia que nos aísle del resto de los vínculos sociales, ni donde avoque, para siempre, todo el sentido de nuestra existencia. No parece necesario renunciar al profundo encantamiento, entre amoroso, fraternal e inocente que se refleja en un films infantil como Ponyo en en Acantilado (2008); o en el encantamiento que puede hacer tan especial el despertar sexo-afectivo de un filme como Belleza Robada (1996); o en la evocación romántica que encanta la realidad cotidiana de las canciones de un grupo como Manel. Pocas afirmaciones son tan poco románticas, hoy en día, como defender que en la medida está el gusto. Pero tal vez es la única manera de defender la vigencia, y el potencial emancipador, del amor romántico.

(Visited 1.075 times, 1 visits today)