Nelson Mandela, por Ferriol Sòria

11 desembre, 2013

Nelson Mandela nos acaba de dejar. Se lleva la gratitud de millones de corazones sudafricanos. Madiba, el Tata Mandela, el hombre-dios quedará para siempre en el recuerdo como un estadista colosal, pragmático, un hombre de paz, ejemplo de dignidad y bondad, uno de los últimos referentes universales.

Nacido en Transkei, Mandela vivió la educación de influencia anglosajona y la sabiduría xhosa tradicional y ya en Johannesburgo, tras un trabajo de vigilante nocturno en unas minas de oro, se graduó en Letras y Derecho al tiempo que hacía de pasante en un bufete de abogados. En 1942 contacta con el Congreso Nacional Africano (CNA) en el que militará hasta su muerte, y crece heredero de Dube, Ghandi, o Luthulli. Es pues el hombre de paz pero también el del brazo armado del CNA, el de los juicios de Rivonia y sus alegatos pacifistas, el de Robben Island y el icono con 27 años de prisión. Pero Mandela es también el negociador, el hombre liberado bajo el gobierno de Klerk en febrero de 1990 y quien tutelaría desde su carisma el proceso de transición de tanto éxito en ámbitos como el político, social y económico.

Porque si bien la Convention for a Democratic South Africa fue el instrumento de negociación política, Mandela no descuidó el rol del gran capital en esta espiral. Ya a mediados de los ochenta, mandatarios de los principales monopolios y empresas sudafricanas habían sabido de Mandela y tomado un avión hacia Lusaka para hablar con el CNA sobre las orientaciones económicas a tomar en un futuro. La liberación de Mandela tenía pues, también, el visto bueno de unos poderes económicos enormemente preocupados por la precaria situación económica, tanto por presiones internacionales como por motivos endógenos: subcualificación de la población negra, reducción del crecimiento del PIB; disminución de las inversiones extranjeras (por inseguras y los boicots), aumentos del déficit y de la tasa de inflación (hasta triplicar las de sus aliados comerciales de referencia), déficit en la balanza de pagos, éxodo de capitales, aumento de la deuda a corto plazo, negativa de los bancos a refinanciar la deuda y dar más crédito, disminución de las tasas de productividad tanto del capital como del trabajo, obsolescencia del sector minero… Mandela tenía que hacer lo imposible: enderezar un país masacrado en el alma y en su economía por la política de apartheid.

Madiba quería un único país unido (lejos de propuestas confederales) basado en un ideal de reconciliación (que vehicularía a través de la Comisión de la Verdad y Reconciliación), y con un gobierno económico mucho más ortodoxo de lo que se podía prever inicialmente.

La lucha en el CNA entre aquellos que seguían dando un apoyo importante a la intervención del Estado en la economía, y que provenían de la idea de la democracia social, la economía mixta y el socialismo marxista de los sesenta, y aquellos que se habían movido hasta abarcar las doctrinas básicas liberales y del monetarismo y un reducido rol del estado, terminó también necesitando del pragmatismo de Mandela. Su gobierno 94-99 continuó en cierta medida la política ortodoxa del Partido Nacional, pero como reacción permitió que los sindicatos lideraran el Programa de Reconstrucción y Desarrollo (PRD) que propagó una aproximación más expansionista de políticas fiscales y monetarias focalizadas en el crecimiento del empleo más que en la minimización de la inflación.

El gobierno ponía en marcha asimismo la Growth, Equality and Redistribution Strategy (GEAR), muy criticada desde las izquierdas, porque se regía por la ortodoxia de los ajustes reclamados por el FMI y el Banco Mundial, pero muy bien aceptada por los mercados.

Complementariamente, para paliar las desigualdades, el gobierno Mandela inició también políticas como la Black Economic Empowerment, la Reforma Agraria y los subsidios sociales y, ya más tarde, las inversiones para el mundial de fútbol, conseguido a partir del ya icono Mandela.
Desgraciadamente su impacto en la mejora del bienestar y la reducción de desigualdades de la población no lleva al optimismo. La OCDE (2010) indica que el nivel de desigualdad en los ingresos entre 1993 y 2008 ha aumentado, aunque entre los diferentes grupos raciales sí que ha habido una cierta mejora en la reducción de la desigualdad interna en un contexto de una remarcable mejora generalizada del PIB per cápita de los distintos grupos.

La ascendencia mayestática y la confianza en Mandela permitió un proceso de aparentes objetivos imposibles que ha llevado a la sociedad a un estadio pacífico inimaginable años atrás, y a una Sudáfrica normalizada en el ámbito económico como una potencia emergente que empieza a tener escala no estrictamente continental a pesar de la corrupción existente.

Mandela nos lega el pragmatismo del estadista y el alma de una sonrisa ya cansada, que ha enderezado un país ante el abismo y nos ha hecho a todos más libres y dignos. Dignifiquémosle ahora nosotros siendo cuidadosos con su inmenso legado.

Ferriol Sòria és economista i doctor en Història. La seva tesi “Les Comissions de la Veritat, un factor de transformació social en comunitats en conflicte: la Comissió de la Veritat i Reconciliació (CVR) sud-africana“, l’ha convertit en un dels millors coneixedors de la Sudàfrica contemporània del nostre país. És professor de l’assignatura Transicions, Dictadura i Democràcia: el cas espanyol del Màster d’Història Contemporània i Món Actual coorganitzat per la UOC i la UB. Una versió d’aquest article va ser publicat a El Economista el passat dilluns 9 de desembre de 2013.

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